Os invito a que toméis unos minutos de vuestro tiempo y os hagáis esta pregunta:
¿Qué quiero para mis hijos? Escuchad que dice vuestra cabeza y vuestro cuerpo. Cuáles son las sensaciones que experimentáis en vuestro cuerpo ante esta pregunta. Quizás preocupación, miedo, optimismo… Os invito a que reviséis vuestras expectativas sobre ellos y si dichas expectativas están relacionadas con deseos vuestros no cumplidos.
La mayoría de vosotras/os seguro que queréis que aprendan a ser personas que disfruten de la vida sin tener una actitud amarga o derrotista y la mejor manera de enseñárselo es que cada día vosotros/as practiquéis esa actitud ante las dificultades que os van surgiendo. Sabéis que las cosas materiales no dan la felicidad ni preparan a vuestros hijos/as para el futuro.
Con frecuencia creemos saber cuáles son las características de una persona de éxito y nos pasamos el tiempo intimidando a nuestros jóvenes para que se conviertan de forma sumisa en lo que creemos que deben convertirse. Pensáis en vuestros propios errores y juráis evitar que se repitan en vuestros hijos/as. Suponemos que haber vivido más nos da una sabiduría que ellos no tienen y es cierto que nos dan sabiduría, una sabiduría que nos sirva para acompañarlos mejor en su proceso de crecimiento y no para coartarlos con nuestros miedos y prejuicios.
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