La vida, a veces, te pone en situaciones que no esperabas que llegaran y procuras aceptarlas y gestionarlas lo mejor posible. Hace unos meses mi padre vino a vivir conmigo; este hecho me hace conectar con el final de la vida y me ayuda a crecer y tener sensaciones nuevas.
Me conecta con la tristeza, la paz interior al pensar que estoy haciendo lo que quiero hacer. Acompañarlo en su proceso en su caminar despacito por la vida. Y digo despacito porque es así, su caminar es lento. Tiene que acompañarse de dos bastones y eso es duro para él; también es difícil para mí, ya que tengo que adaptarme a su ritmo cuando mi cuerpo me pide ir más rápido.
En muchos momentos lo siento como un niño perdido o un adolescente enfadado. Y de esta comparación con el comportamiento niño/adolescente, me sale una reflexión sentida.
Siento que al adolescente, hay que empujarlo a la vida cuando tiene pereza o se niega a seguir; sin embargo a mi padre no tengo que empujarlo a ningún lugar. Él ya ha recorrido casi todo su camino, sólo quiero acompañarlo y sostenerlo en esos momentos en que sus fuerzas flaquean y de nuevo me doy cuenta que no me es fácil.
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